Desde que comenzó el período de la
Ilustración ha cambiado mucho en nuestra manera de percibir el mundo. Nos hemos
alejado del modelo monoteísta absoluto para iniciar el camino de la Duda y la
búsqueda a través del método científico. Ésta metodología comenzó a reemplazar las
respuestas divinas dadas por la fe y la pontificación, condicionando y
reforzando el concepto de individuo. La cultura occidental comenzó a iluminar
todos los aspectos de la vida con las luces de la ciencia, transformando sus
organizaciones sociales, los conceptos morales y sus ideas acerca del lugar que
ocupa el ser humano en un cosmos cada vez más complejo y en continua expansión.
Así fueron posibles la invención los Derechos Universales del Hombre, la
Revolución Industrial, el capitalismo y la globalización, entre otros hitos
importantes. Hoy padecemos una sensación de superficialidad de la vida, donde
todo es descartable y comerciable. Los grandes referentes en los distintos
campos de la cultura y el conocimiento parecen haber desaparecido. Nuestra
sociedad parece haber llegado al umbral del que, una vez atravesado, no hay
retorno. Las últimas grandes ciencias del período de la Ilustración, la Física
y la Psicología, nos han llevado a la frontera final. A través de éstas sabemos
que nuestro sustrato es energía, que el universo está hecho de una singularidad
subatómica y que nuestro sentido del Tiempo es una ilusión. Sin duda, aquí nos
toparemos con infinidad de explicaciones filosóficas que aportarán su visión
metafísica. Sin embargo, no dejo de sorprenderme cuando consideramos que por
existir hace unos cuantos miles de años en la Tierra ya deberíamos haber
superado ciertos aspectos de nuestra forma de estar en el mundo. Los seres
humanos aun convivimos con la primitiva irracionalidad que nos hace oscilar
entre ser dioses o bestias. Por eso nuestra paleta de capacidades va desde de
salvar vidas de miles de condenados a muerte por las atroces hambrunas en
comunidades saqueadas por las sociedades más ricas hasta descargar bombas
atómicas sobre centros poblados. Sí, somos hombres-lobos, vampiros y
consumistas de todo lo vendible, incluso los vínculos y los afectos toman
formatos mercantiles y negociamos con el amor de los otros. El robo y la
explotación forman parte de nuestra vida y nos han educado para aceptar que así
sea. Los informativos, las películas de acción, los realityshow, inoculan lentamente nuestra capacidad de reacción, nos
anestesian los sentidos y nos domestican para sentir miedo, para imaginar que
vivimos en eterno peligro cuyo remedio es consumir lo que sea para sentirnos
seguros y felices, para aplacar la ansiedad de movernos en un mundo inseguro.
Nos inducen a imaginar que teniendo un arma en la mano somos poderosos como
superhéroes y nos habilita a impartir justicia por mano propia o apropiarnos de
lo ajeno como forma de venganza, o nos distraen mostrándonos la intimidad de
otros, exponiendo impúdicamente una vida para que opinemos y proyectemos
nuestras frustraciones y debilidades. Sí, nos rodean los distactores, los sonajeros
y las guirnaldas, como si fuéramos bebés a los cuales nos dan un placebo para
confundirnos. Lo mejor es elegir cuándo, cómo y por cuánto tiempo nos entretenemos.
Sin duda, existen infinidad de opciones. En mi caso, lo hago leyendo,
enriqueciéndome con ideas, conceptos y palabras, que es la manera más sana y
curativa de deleitarnos. Por eso considero que apagar la tele para abrir un
libro es un acto revolucionario. Los invito a formar parte de la conjura.
Marcelo Rodríguez
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