Una luz áspera y dura le lastima los ojos.
Ella, Patricia Da Souza, siente claustrofobia y un calor sofocante en aquella
pequeña celda. Suspira como descomprimiéndose.
A unos metros de la celda está el inquisidor
que se menea vagamente entre los arcos de luz. Él espera y Patricia piensa
tenaz y sufridamente. Busca una respuesta huidiza que se confunde entre otros
nombres y otras fechas. Aparecen lugares, agendas, rostros, sabores, aromas,
abrazos, plazas, bibliotecas. Aparece el inquisidor que aún espera y carraspea.
Patricia por momentos parece agonizar en los
vértigos fugaces de la memoria. Aquella respuesta –que duda si perder o
encontrar- le muestra una antología de sí misma, un collage contaminado
peligrosamente de vida privada. Recuerda a Juan, su marido, diciéndole que la
ama mientras la abraza; a los niños, Polet y Líber, llegando descalzos y
alegres, buscando cobijarse en su cama. También recuerda la última vez que vio
a sus padres; a Pedro, su hermano, trayendo la bandeja del asado; y a su
hermana Verónica contando un chiste que le hicieron en le facultad. De pronto
recuerda al inquisidor que sigue ahí, pisoteando su impaciencia como un perro
enjaulado.
Los tiempos se agotan, piensa Patricia y
transpira bajo los focos que la iluminan como una lluvia de agujas. Baja la
mirada. ¿Cuánto tiempo habrá pasado?. Una eternidad. No puede haber
distracciones, eso sería imperdonable, una traición. Mira sus manos sobre
aquella diminuta mesada y se aleja para adentro. Vuelve a las fechas y a los lugares.
Recompone lentamente la ventanilla de un ómnibus y la orografía de la avenida
Ocho de Octubre reptando en los vidrios. Una hora pico, la gente apretada en el
pasillo y un bullicio veraniego. Más remotos se oyen los motores y las bocinas.
A su lado está sentado alguien obeso –en los ómnibus llenos todos son obesos- ,
una mujer quizá.
Patricia recuerda las páginas de aquel
cuaderno en sus manos, las formas de las letras y el espesor del papel entre
sus dedos. Vuelve a leer en el recuerdo lo que ella estaba leyendo. Apenas
restaura frases sueltas. Las letras se desdibujan y apenas llegan a ser
ejércitos de manchas alineadas metódicamente. Piensa en la pregunta del
inquisidor. Un nombre es suficiente. Un nombre y se sentirá en paz. Fuerza sus
ojos a mirar el recuerdo más minuciosamente, sin embargo escucha una cumbia y
una voz de celofán arrugado... ...que sin
temor a equivocarme, en los comercios de la capital, lo abonarán de veinte a
veinticinco pesos la unidad. Pero hoy, por tratarse de... Al vendedor, algo
desaliñado y sucio, le volcaron la piel sobre los huesos y así lo largaron por
la vida. En el recuerdo Patricia sintió lástima por aquel hombre, pero ahora le
provoca fastidio. No el hombre, sino la burocracia morosa de la memoria.
Necesita que su recuerdo lea. Si al menos pudiera modificar el pasado,
manejarlo a su antojo.
Sus ojos del pasado contemplan un momento al
vendedor, después miran la ciudad y vuelven al
cuaderno. Patricia sigue ansiosa sus movimientos del ayer. Vuelve a
recordar las páginas y aquella caligrafía suya en tinta azul. Lee la Patricia
del pasado junto con la Patricia del presente. El recuerdo de sí misma y del
ómnibus se contamina y se eclipsa con las imágenes que surgen de los apuntes.
La respuesta está cerca.
Patricia ve al inquisidor desde el fondo de
su pasado y ve un rostro tenso y limpio bajo un peinado corto, engominado y
brillante. Percibe una espera ansiosa y última restregando aquellas manos.
Patricia por fin tose y teme que se le
estrangule la voz. Su boca se mueve con cierto temblor de inseguridad y miedo.
-
Fue...
fue Manuel Gonzáles- Los ojos le quedaron colgados en el rostro del inquisidor.
Buscan una reacción y un pronóstico. Pasan mil años sin respirar.
El inquisidor mira a un costado donde se
encuentra el jurado y sonríe como evitándolo.
-
¡Si,si,si!...
¡Efectivamente! ¡Manuel Gonzáles es la respuesta y nuestra participante número
cinco se lleva los doscientos dólares de ésta noche...!
Patricia Da Souza suspira otra vez y se
emociona mientras se saca los auriculares y gira en su silla. Llora.
No hay comentarios:
Publicar un comentario