Llevamos la finitud en nuestros
genes, soñamos con el fin de los tiempos en el borde del mundo, cuando
imaginábamos que era como un plato. Los mitos son vestigios evolutivos de
nuestras sensaciones intrauterinas, de cuando estábamos en el Paraíso oscuro y
tibio, acuático e ingrávido; antes ser expulsados para conocer el mundo y ver
la luz que ciega los ojos. Empujados al canal de parto reptamos forcejeando por
sobrevivir. Nacer es un acto desagradable para el que nace. Apenas intuimos con
nuestras primitivas sensaciones que para vivir hay que llegar al final del
túnel donde está luz. Nacer y morir se parecen. Quizá morir es otro nacimiento,
la transición a otro estado de la vida. Somos seres divinos que vamos perdiendo
el brillo al transcurrir los años de culturización. Nos transformamos en rebeldes
de la constitución natural del mundo. Los animales nacen sin perder el Paraíso,
viven sin preguntarse, solo transitan con plenitud su presente. Nosotros, los
humanos, impugnamos el mundo, lo infestamos, lo modificamos a nuestra imagen y
semejanza para añorar siempre la divinidad perdida. Nuestro objetivo es volver
a la divinidad, pero sin resignar el conocimiento de cómo funciona el universo.
Una comprensión que no sabremos si los animales que llamamos inferiores la
tienen (o si la necesitan). Cuando nace un pichón humano nace un buscador eterno y errante,
perdido en el inconmensurable mar de la Vida. Sin embargo, no creo que sea
necesario dejar de saber como funciona el mundo para hallar la divinidad. Acaso,
nuestra divinidad está en las cosas simples: en el abrazo apretado y sentido,
en la pausa reflexiva antes de decir algo que lastime a otro, en un acto
solidario cualquiera, como ceder el asiento a alguien, o saludar a la gente por pura gentileza. Nuestra
divinidad está en la postura flexible y comprensiva frente a los gestos ajenos
que nos duelen y en la imposición de límites sin que eso signifique atacar la
personalidad del otro. Nuestra divinidad aparece también cuando escuchamos al
otro atentamente y cuando actuamos con espíritu constructivo en beneficio de un
mundo mejor. Nuestra divinidad llega cuando logramos hacer todo esto sin dejar
de ser fieles a nuestro propio Sentido de Vida. Sin duda, la divinidad es una forma de
vivir y de concebir el mundo. Les deseo que en esta Navidad y este 2014 que
comienza encuentren su propia divinidad para disfrutarla y para que el mundo
evoluciones hacia una lugar mejor, más justo y solidario.
¡Felicidades!
Marcelo
Buena reflexión estimado Marcelo!
ResponderEliminar