Se agazapó contra el suelo, sus pupilas se
dilataron, la respiración se hizo más intensa y rápida, ensanchó las fosas
nasales y apretó en su mano el tronco que llevaba como arma, la sangre fluyó
hacia sus piernas y brazos llevando más adrenalina. El mundo era el enemigo,
nada más. Los pies se apretaron contra el suelo y comenzó a correr. El
depredador inició la cacería, se acercó a la presa y alzando sobre su cabeza el
palo lo impulsó con todas sus fuerzas para asestar el golpe fatal sobre el
adversario. Siguió naturalmente el instinto de supervivencia. El madero bajó
cortando el aire para destrozar el cráneo de la indefensa víctima. Sólo así el
fanático hincha de un equipo de fútbol se siente a salvo de la amenaza de los
colores del enemigo, como si la vida fuera nada más que un enfermizo arrebato.
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