Justo en el momento en que estiró los brazos recordó
que no había comprado desodorante. ¡Qué torpeza la mía!, se reprochó Roberto.
¡Siempre el mismo distraído! Imaginó que en un rato, después de ducharse no
tendría desodorante que ponerse. Se sintió incómodo con eso. De pronto, reparó
en que sus manos no habían apretado las de su compañero. Por eso, Nicolás se
alejaba vertiginosamente con los brazos extendidos, las palmas de las manos abiertas
y con un gesto de horror en el rostro. Nuevamente, Roberto se lamentó por ser tan
distraído mientras lo miraba alejarse, cayendo a la arena del circo. Ahora,
además del desodorante tendría que comprar flores, pensó todavía columpiándose
en el trapecio.
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